CRÍTICADECINE
Vínculos de sangre
Uno ama su tierra aunque esa tierra no lo ame a él y es en ese paisaje tejano, amarillento, de aire denso, tórrido, decadente y envejecido, casi estancado en el tiempo del western, por donde transitan dos hermanos dispuestos a liquidar la hipoteca que existe sobre la granja familiar, a base de atracar pequeñas sucursales bancarias en pueblos que casi han olvidado su nombre. Comanchería tiene mucho de crónica social salvaje, de mirada a una América profunda a la que ha recurrido Donald Trump para ganar las elecciones, deprimida y hastiada, donde la banca ejerce de dueña del horizonte. Bajo una música de Nick Cave, que bien podían haber elegido los hermanos Coen, el escocés David Mackenzie conjuga dos movimientos que avanzan paralelamente hasta encontrarse. Por un lado, esos ladrones indomables que crean en el espectador esa involuntaria complicidad, y por el otro, los dos Rangers que andan tras sus pasos, uno de pura raza india, comedido y buen compañero, y después, el que da vida un Jeff Bridges absolutamente eficaz y gigante en su interpretación de policía a las puertas de una jubilación que lo devolverá a la nada cotidiana, y que usa su estrategia de años de fastidio y contemplación para dar caza con tenacidad a estos forajidos con aura de leyenda. Esos dos hermanos con fuertes vínculos de sangre, uno pura pólvora encendida, el otro cerebral y frío, pero no menos contundente, dentro de un entorno rural y violento. Ellos son unos malos cargados de razones, inmersos en una América que no se encuentra dentro del circuito de la postal turística, encerrada en sí misma, prisionera de sus deudas, castigada por la promesa de un porvenir que nunca llegó.