CRÍTICADECINE
Como plaga de langosta
Se pueden si se quiere buscar diversas lecturas a una película como esta, la utilización de una pandemia para marcar comportamientos en los personajes que intentan sobrevivir; esa lucha de clases entre el egoísmo del ejecutivo aburguesado frente al sacrificio del sufrido ciudadano de a pie, o la metamorfosis moral que padecen sus protagonistas, ya sea para bien o para mal. Bajo esos ribetes de guión fácil, lo que abruma en Tren a Busan es su delirante ritmo, su orquestada epidemia de zombies que lo arrasan todo, que lo devoran todo, que corren que se las pelan y en la que en esta especie de locura colectiva se van acotando todas las posibilidades de esperanza del grupo de pasajeros en el tren donde se concentra la acción. Apocalipsis zombies forman por sí mismas un subgénero cinematográfico (y televisivo), quedan atrás los torpes y esporádicos muertos vivientes de George A. Romero. Los coreanos son endiabladamente salvajes, ponen todo un país patas arriba y se mueven por miles. Ese tren es una trampa mortal, se adivina la tragedia, coloca a cada uno al límite y niños, estudiantes, ancianas, embarazadas, ricos y pobres, se irán reconociendo en sus propios actos. Si bien son dos horas de violencia, sangre y muerte para regalar, Tren a Busan cumple ese propósito de mantener la tensión y la desesperación llevadas hasta sus últimas consecuencias, con sello de un cine coreano estelar en festivales y con algunos títulos en su haber que ya son clásicos en su género, como Crónica de un asesino en serie, Sympathy for Lady Vengeance u Old Boy. En definitiva, una más que correcta película para pasarlo mal entre convulsiones, carreras y dentelladas.