CRÍTICADECINE
Muerte de un verdugo
Existen historias de guerra que atraen por su macabro magnetismo, o como actos de justicia contra la injusticia entre aquellos que fueron represaliados sin compasión. Uno de los hechos más suicidas y épicos fue el que desarrollaron un grupo de paracaidistas checos y eslovacos en la Praga ocupada de 1942 contra el número tres del Partido Nazi, el también apodado Carnicero de Praga, y uno de los impulsores del Holocausto, el cruel Reinhard Heydrich. Se denominó Operación Anthropoid al atentado que acabó con la vida de este despiadado líder con poder ilimitado sobre la vida y la muerte. Sean Ellis, sin caer en lo pretencioso en la película de héroes a gritos, realiza una puesta en escena sobria y filma un acontecimiento histórico desde la mirada de dos de sus personajes centrales, junto a un reducido grupo de hombres en una misión sin retorno. Sus temores y dudas, su voluntad, sus sentimientos, y un plan en el que una fina línea los colocaba en el éxito o en el fracaso, marcan una película seria, en la que se enjuician las partes en el conflicto, el colaboracionismo rebelde que se juega la vida, la posición de la resistencia y las atroces consecuencias de este golpe de efecto que tuvo en sus protagonistas y en la población civil. Esta Opereción Anthropoid se sitúa codo con codo con el film de Lewis Gilbert Siete hombres al amanecer de 1975 y da otra vuelta de tuerca a aquella magnífica Los verdugos también mueren dirigida en 1943 por el cineasta Fritz Lang y en cuyo guión participó Bertolt Brecht. Pero puestos a recomendar, un libro, HHhH de Laurent Binet, magistral lección de historia contada con precisión y sin florituras, tal como hace esta película.