CRÍTICADECINE
La memoria de los muertos
Nadie recuerda ya un documental de los años 80 tan maldito como perturbador dirigido por el valenciano Ángel García del Val, cuyo explícito título Cada ver es... decía mucho de esta rareza del cine español, que nos llevaba a los sótanos de la facultad de Medicina de Valencia para hablar con el conservador de cadáveres Juan Manuel Espada, tanto de su profesión rodeado de muertos durante 40 años como de su vida privada. Y es que la realidad supera a la ficción y desasosiega ver, porque alguien tiene que hacerlo, tarea tan macabra. La autopsia de Jane Doe –tanto John como Jane Doe es el nombre que se da en Estados Unidos a los desconocidos, a los don nadie– nos traslada a modo de prólogo a una casa en la que ha acontecido un asesinato múltiple y se ha encontrado a una joven semienterrada en el sótano. Los propietarios de una modesta funeraria, padre e hijo, llevarán a cabo la autopsia de la joven para aclarar la causa de su muerte. El realizador André Ovredal lleva el descubrir interioridades físicas y científicas en un ser anónimo hasta el más puro terreno del miedo, en un espacio cerrado donde comenzarán a suceder episodios insólitos, donde todo va tomando forma amenazadora y siniestra, con la misteriosa difunta como protagonista de sucesos que entran por derecho en el cine de género de terror, creando el sobresalto y esa angustia tan familiar en el espectador. Y es que hay una memoria vengativa que no muere, una injusticia que no se olvida y una pavorosa promesa que no descansa. Algo que obviamente no sucede en el documental mencionado al principio, pero que crea incluso más inquietud por el simple hecho de ser auténticamente real.