CRÍTICADECINE
El lugar del padre
Si en alguna ocasión alguien te pregunta si eres feliz, esa cuestión seguramente vendrá de una persona a la que le importas. Y eso es lo que sucede en Toni Erdmann cuando un padre de comportamiento imprevisible se lo plantea a una hija ejecutiva, de esas que anteponen los intereses de su empresa alemana en expansión en Rumanía a los de su propia vida. La ambición de una mujer enredada en el ansia del triunfo va dejando cicatrices en su privacidad que ella misma ignora. Ese padre distanciado decide ir a visitarla a Bucarest, y lo hace con ese carácter que le identifica, con benevolencia pero muy dado a reinventarse, a interrumpir bajo la identidad de otro personaje, todo para remover sentimientos, de hacer ver que la vida es otra cosa.
Decir que Toni Erdman es una comedia alemana no da demasiadas expectativas dada la naturaleza seria del país teutón, pero entre momentos agridulces, sentidos y de implacable tristeza se abren instantes cargados de complicidad, de situaciones jocosas provocadas por un ser disparatado que siempre entra en liza en las situaciones menos oportunas. Eso, más esa transición de una hija que se sacude tristezas para abrirse paso siendo ella misma. Tanto el actor Peter Simonischek como la actriz Sandra Hüller respiran un aire de connivencia que hace grande esta película, que en sus más de dos horas y media de metraje corría serio riesgo de caer en lo fatigoso, de hacerse interminable, pero va salvando minutos a base de gracia y afectividad, algo que, sin duda, ha sido considerado a la hora de otorgarle numerosos premios internacionales, a la espera de lo que deparen unos Oscar que ya comienzan a otearse en el horizonte.