CRÍTICADECINE
Nostalgia del monstruo
Existen películas que están adscritas en la memoria en un lugar específico, a una sala de cine que ya solo perdura en el recuerdo. Una de ellas es el Godzilla de los estudios Toho, con el realizador Ishiro Honda como precursor, que señaló en cierta ocasión que “los monstruos nacen demasiado grandes, demasiado fuertes, demasiado pesados, esa es su tragedia”. Y a esos descomunales seres mutantes que derruían ciudades de cartón y arrasaban maquetas de edificios y que ponían a la población nipona en estado de shock, uno los recuerda sentado y con los pies colgando en el que era nuestro Cinema Paradiso, el Viñes, donde acudían en tromba los soldados de Gardeny, donde el humo de los cigarrillos se estancancaba en el aire, con el suelo lleno de cáscaras de pipas y donde era popular la fila de los mancos. Todo era decadente, gastado, hasta la pantalla tenía un parche enorme, pero era el lugar de los programas dobles, y donde se pasaban las películas de Godzilla o de la tortuga Gamera, entre otros (t)errores de la ciencia. Aunque los americanos retomasen el mito, la nostalgia viene dada por el original, el japonés, y ahora llega Shin Godzilla para reafirmarlo, con un ser que lanza rayos y fuego en su devastador paseo poniendo Tokio patas arriba. Los efectos especiales son potentes, todo es destrucción, pero hay otro tipo de organización para combatirlo, la científica y militar junto a la clase política, que incluso se plantea lanzar una bomba atómica sobre su suelo, algo traumático. Al final, todo es un déja vu para regresar a la evocación de otros tiempos y otros ámbitos, para recordar tanto el pasado de un monstruo singular como el nuestro propio.