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Las pequeñas cosas bellas

Las pequeñas cosas bellas

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El gran escritor Edgar Allan Poe señalaba que la belleza de cualquier clase en su manifestación excita inevitablemente el alma sensitiva hasta hacerle derramar lágrimas. Tal vez eso suceda en su máxima expresión, lo cierto es que muchas veces en lo que pasa desapercibido, en las pequeñas cosas, en lo que resulta insignificante, radica la esencia de la emoción, ese enternecimiento que no cae en lo mimoso como recurso fácil dirigido a un público infantil que merece más respeto del que a veces se le otorga. Aves de paso nos cuenta cómo dos amigas, una de ellas en silla de ruedas aquejada de una miopatía, deciden por su cuenta llevar a un patito que cree que su madre es una de ellas, hacia un lugar libre, donde pueda estar con sus congéneres, ante la imposibilidad de criarlo en el entorno paternal, donde la mirada adulta rompe en ocasiones por sobreprotección los sueños más sencillos. El regalo de un huevo fecundado, el nacimiento de este patito que no sabe nadar y puede acabar sus días convertido en foie gras, promueve una aventura extraordinaria que sortea obstáculos, que busca aliados entre aquellos que entienden los deseos de seres cargados de inocencia y por supuesto testarudez ante causas que valen la pena. Ciertamente, la línea que divide una película con fuertes valores como resulta ser esta, hermosa en todo su metraje, con la trampa, con lo relamido, podía haberse cruzado con facilidad, pero el director Olivier Ringer, multipremiado internacionalmente por este film, lo esquiva elegantemente con un mensaje tan bello, instructivo y estimulante como el que propone con Aves de paso, logrando incluso que vuelvan a ser niños los que hace ya tiempo dejaron de serlo.

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