CRÍTICADECINE
Donde viven los niños
En los recientes Premis Gaudí, solamente una película de animación optó al premio, y claro, ganó. Uno de los responsables de este film señaló en el escenario el hecho de estar solos en la candidatura, lo que venía a demostrar lo difícil que resultaba hacer una película de animación. Los años que se tarda y las dificultades técnicas y presupuestarias que la acompañan. La animación es un arte en constante evolución, laborioso, perseverante y atrevido, y si hablamos de la utilización de la denominada stop motion, ese movimiento de figuras fotograma a fotograma, estamos ante un trabajo de chinos. La vida de calabacín, producción suiza que se puede ver en el cine y también formando parte de la programación de la Mostra de Cinema d’Animació, que se inaugurará hoy en Lleida, el muy respetado internacionalmente Animac, convierte lo visualmente sencillo, en un alarde de sensibilidad, un retrato agridulce de un universo infantil que bascula entre el drama de una vida con suerte esquiva y la alegría de sentir junto a otros seres, dotados de una fuerte carga emocional, por qué La vida de calabacín, no es por ser animada una historia complaciente, sino que a través de un personaje al que le ha tocado vivir el infortunio y la pérdida, el ingreso en un orfanato, donde viven un grupo de seres que forman parte de una contundente realidad social, se asiste a una película inteligente, hermosa, que no rehúye su mirada hacia un universo infantil que enternece, al tiempo que deja planear en sus figuras cargadas de viveza un halo triste, un mensaje conmovedor en torno a una sociedad que a menudo no mira para abajo, altura en la que viven con sus sueños los niños.