CRÍTICADECINE
La herida que no cesa
El realizador iraní Asghar Farhadi, el más importante del cine de aquel país junto al desaparecido en 2016, Abbas Kiarostami, no fue a recoger su segundo Oscar, tras Nader y Simin, una separación, de 2011, a causa de una demencial política de inmigraciónobra y gracia del nuevo que no flamante presidente americano, Donald Trump. Con El viajante, que junto al Óscar ya había cosechado otros grandes galardones, Farhadi remueve la conciencia emocional desde lo más profundo. Resquebraja la moral de lo que era un matrimonio donde todo estaba asentado en una relación estable, que comienza a cambiar cuando su casa amenaza derrumbe y deben trasladarse a un piso cedido por un amigo de la compañía teatral que representa Muerte de un viajante de Arthur Miller. Hecho que sirve a Farhadi para moverse en diferentes ámbitos, teniendo a esta pareja de actores sufriendo cambios anímicos sobre el escenario para también desarrollarlos intensamente en la vida privada, a raíz del ataque que sufre la esposa en el nuevo domicilio por parte de un extraño, suceso que llevará a convertirse en un intrigante drama, pues la búsqueda del agresor y las circunstancias van haciendo mella, desgasta, daña sentimentalmente, humilla y motiva la venganza, desestabilizando a ambos personajes. Él, profesor moviéndose entre la represalia y una clemencia forzada, que intenta sellar el conflicto que ha irrumpido en sus vidas para quedarse pegado en cada gesto, en cada mirada, en cada palabra que inunda el cine de Farhadi, un cineasta que sabe extraer de la simple cotidianeidad, las huellas que dejan profundas heridas morales que no cicatrizarán nunca.