En las montañas de la locura

Existe en algunos balnearios una atmósfera triste y melancólica, un estancamiento del tiempo entre curas termales, masajes y tratamientos varios para combatir enfermedades o el inexorable paso de la existencia. Películas en esos lugares hay de muy diversa índole, como Ojos negros de Nikita Mikhalkov, El balneario de Battle Creek de Alan Parker , o recientemente Juventud de Paolo Sorrentino. Pero Gore Verbinski recurre a un lugar “milagroso” en los Alpes suizos no para mostrar gente rica empeñada en esquivar destinos, sino para trazar un juego de intenciones malévolas, una combinación de tramas, que tras una elegante puesta en escena, una gótica arquitectura, e hilo conductor de relato de misterio en novelas de amarillentas páginas, conducen a un desorden que se va apropiando de la película en su prolongado metraje. Un joven representante del mundo de los negocios recibe la orden de ir a buscar a alguien que parece no querer moverse de un lugar, que a simple vista, regala vida. Una historia maldita, un doctor calcado a los muchos habidos en oscuras tramas, todo él perversidad camuflada, y secretos malsanos de perturbada ciencia, envolverán al protagonista a cada paso, a cada delirante experimento. A Verbinski, que tiene en su haber películas con evidente sello comercial, no se le niega en La cura del bienestar un cuidado tratamiento de las imágenes, así como una extraña belleza en algunas secuencias, aciertos que quedan eclipsados por un lío argumental que se resuelve pésimamente, por una constante revisitación a otras películas, a otros personajes clásicos, a otros autores, perdiendo de este modo frescura, originalidad y vida propia.