CRÍTICADECINE
Nada personal, solo negocio
La película es ágil, tiene ritmo, en ocasiones endiablado. Ya desde sus primeros minutos, en esa fábrica de bebés se adivina un personaje al que se le va a sacar mucho partido, un ejecutivo agresivo que sobre el pañal lleva traje y corbata. Al mismo tiempo, asistimos a la idílica vida de un niño bien arropado por sus padres, mimado, querido, eso sí, hasta que irrumpe en la casa este nuevo miembro déspota, con tics de adulto canalla. Esta nueva propuesta de la DreamWorks, siempre intentando acercarse a los genios de la Pixar, alterna diferentes fases. Primero, el decidido enfrentamiento entre el niño relegado a un segundo plano y el nuevo elemento distorsionador de los hábitos de la casa. Segundo, una alianza entre ambos para lograr un fin más complejo, una lucha enfebrecida y sin tregua contra los planes de un villano resentido, que resulta tener poca entidad para la empresa que la película propone. Y tercero, esa búsqueda de una conciliación tierna, cargada de buen rollo, después de haber sido testigos de innumerables jugarretas, de maliciosa y perversa conducta por parte de una criatura que se hace dueña de la función de principio a fin con sus tretas y ambigüedades, con ese talante despótico que sorprende por su astucia y carencia de benevolencia. No hay que engañarse. Tras esa dulce afabilidad del dibujo animado, se esconde una compleja trama que puede despistar a los más pequeños y ser los acompañantes adultos los que mejor capten los frenéticos episodios que nos propone este trabajo, que gana en originalidad y descaro lo que pierde en acomodaticia presentación, en esa animación tan “de la casa” DreamWorks y su modelo estándar y poco arriesgado.