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Los fantasmas de Auschwitz

Crítica de 'Negación', de Mick Jackson.

Los fantasmas de Auschwitz

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El escritor Primo Levi, autor de uno de los más demoledores testimonios sobre el holocausto en la trilogía que inició con Si esto es un hombre, sentenció que “aquellos que niegan Auschwitz estarían dispuestos a volver a hacerlo”. Resulta de una torpeza enorme, de una sombría frivolidad, de una incomprensible carencia de escrúpulos, ser negacionista de algo tan estremecedor como fue el holocausto, el exterminio nazi. Es algo que no debería tener sombra de duda, que está ahí para golpear la memoria y, aún así, hubo y seguramente hay quien lo niega, quien lo compara con una burda puesta en escena. Un caso, el del fanático incondicional hitleriano David Irving, un británico que puso en tela de juicio las atrocidades, las cámaras de gas, el asesinato en masa en Auschwitz y que incluso demandó a la escritora americana de origen judío Deborah E. Lipstadt por difamación, por menospreciar las teorías de un demagogo con apariencia de ególatra cronista de la historia. La película de Mick Jackson, de impecable factura, con flema británica y formalidad, se centra en aquel popular caso y en los métodos de la justicia británica, una profunda muestra del derecho, en la que no basta con las evidencias ni con los detalles sino que se ajusta a las pruebas, a una ley que se rige por la culpabilidad hasta que no se demuestra lo contrario, al revés de los códigos de otros países. Los actores Timothy Spall, como el negacionista Irving, y Tom Wilkinson, como el abogado que defendió a la escritora Lipstadt, aportan a la película precisión, credibilidad, dominio actoral y esa clase que se respira en un admirable cara a cara que otorga pujanza a esta historia sobre la infamia.

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