Gamberros del espacio

Lo que nadie quiere del Cosmos lo conforma este grupo de perdedores con marchamo de héroes sin pretenderlo. Variopintos sujetos que, sin embargo, siempre se llevan su dosis de gloria, de un modo casi circunstancial, ya sea porque pasan de todo o porque constituyen una especie de rara familia que precisa el uno del otro para pifiarla y posteriormente arreglar el desaguisado provocado. Una película de superhéroes desvergonzados, que se inicia con un choque entre este grupo de outsiders, y un monstruoso ser que parece sacado de la imaginación de un adicto al LSD, al ritmo de la Electric Light Orchestra, y con el esqueje con vocación de niño travieso que es Baby Groot marcándose un bailoteo entre el ruido y la furia del combate. Eso por sí mismo, ya es para apreciar. Un tema musical, al que a lo largo del film le siguen el My Sweet Lord de George Harrison, o el Father and Son de Cat Stevens, en una banda sonora de los ochenta cargada de nostalgia dentro de un mundo futurista más socarrón que cualquier otra cosa. En esta nueva entrega de Guardianes de la galaxia se pone de manifiesto que resultan mucho más gratificantes los personajes en sí que los combates estelares; su humor burlón que la trascendencia del peligro, y la escoria espacial que sirve de carnaza que un peligroso destructor de mundos con la apostura del veterano Kurt Russell. También hay espacio para cameos, fuegos artificiales y romances no resueltos, pero lo que hace diferente esta saga a la del resto de la Marvel, son lo dicho, sus personajes, donde destaca esa especie de mapache pícaro y atrevido, el divertido bebé árbol, y claro, la pareja principal, líderes de esta singular cuadrilla.