CRÍTICADECINE
El corazón de las tinieblas
De exploradores, aventureros y conquistadores se ha forjado parte de la historia de la humanidad. Unos, en su infinita ambición a sangre y fuego; otros, como seres audaces en busca de sí mismos, y también aquellos que se adentraron en lo inexplorado en nombre de la ciencia y del conocimiento, en pos de civilizaciones tan antiguas como la vida, reales o quiméricas. El teniente coronel Percival Harrison Fawcett pertenece a estos últimos, soñador de ciudades doradas. Fawcett se enfrentó a todo y a todos, a aquellos que se burlaron vestidos de hombres de ciencia. Renunció en gran parte a una cómoda vida familiar, dejando atrás por largo tiempo a esposa e hijos, y se dedicó a esa inamovible idea de encontrar ruinas entre las raíces de la selva hasta el momento de su desaparición en Brasil junto a uno de sus hijos. El realizador James Gray, que ya dejó señales de su talento en películas como La noche es nuestra o El sueño de Ellis, recoge la fascinante historia de un poderoso personaje para llevar a la pantalla, y logra un trabajo serio, elegante y fascinante que nos devuelve a un cine entre la aventura clásica y la historia personal de un hombre singular en busca de un merecido reconocimiento, capaz de sacrificarlo todo en favor de un inamovible imaginario científico. En Z. La ciudad perdida, acompañamos a este explorador con aura mítica por ríos salvajes que recuerdan la locura de Lope de Aguirre, en la interrelación entre indígenas hostiles o amistosos, entre penurias y marcas perdidas entre la maleza, en las trincheras de la Gran Guerra o en esos cortos espacios junto a los suyos. Todo ello, condensado en una gran epopeya tan humana como cinematográfica.