SEGRE
El tiempo perdido

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Cuando lo primero que ves es lo mejor, poco se puede decir del resto. Nunca digas su nombre ni tan siquiera tiene trazos de serie B porque no hay que olvidar que existen trabajos de bajo coste y mucha artesanía que figuran en la lista de películas referenciales del género de terror. Siendo complacientes ya no se espera que el film cumpla su cometido, dar miedo, o que dé algún sobresalto que otro.

No hay problema en que se vaya hacia territorios revisitados una y mil veces, y que ni tan siquiera salga de su letargo con aire de telefilm televisivo, o que se le note poco esfuerzo en mostrar un nuevo ser maligno con ganas de quedarse para acojonar al personal. Lo imperdonable es lo mal hecha que está, lo primaria que resulta en su planteamiento, esa sensación de buscar algo que no hay.

De entrada, el prólogo interesa, tiene voluntad de masacre y look de los setenta, pero rápidamente la historia pasa a nuestros días, a un trío de estudiantes en una casa poco acogedora haciendo todo aquello que no se debe hacer, saltándose como siempre el manual de instrucciones. Si hay un nombre que no se debe pronunciar, algo que está escrito en el suelo, en el techo, en las paredes, hasta en la mesita de noche, pues no se hace y claro no dejan de hacer otra cosa que mentarlo, evocarlo para fastidiarse y convertirlos en seres al borde de la locura y en potenciales asesinos.

De pasillos que inquietan ya están los de El resplandor; de casas con mal rollo, la de Amityville por solo mencionar una; de seres terroríficos con voluntad exterminadora, a montones, y de jóvenes condenados a palmarla, a cientos, y para matanza, la de Texas. En fin, ganas de perder el tiempo.

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