CRÍTICADECINE
Nostalgia del monstruo
Tal vez fueron esos 2.000 spots publicitarios que realizó antes de hacer historia en el cine los que le sirvieron a Ridley Scott para controlar la luz a su antojo, para crear la ambientación precisa en cada plano, para adaptar a Joseph Conrad en su primera película y lograr una obra maestra como Los duelistas, a la que siguieron Alien, el octavo pasajero y Blade Runner. Con estas tres joyas, Ridley Scott ya tiene bastante, lo demás, sea bueno, regular o malo, es secundario. Por ello, que retorne a los orígenes después de ser testigo de cómo directores muy diversos alargaban la saga Alien resulta previsible, porque con Prometheus y ahora en Covenant sigue teniendo la capacidad de inquietar, tanto dentro como fuera de esas naves, en busca del origen, en esa metamorfosis del monstruo y en la perturbadora personalidad del androide David, que en Alien: Covenant tiene su réplica en Walter, otro ser artificial con una filosofía y pensamientos muy distintos sobre la mísera existencia humana, el sueño del creador y sobre el desarrollo de un ser cruel, corrosivo y letal. Un papel que duplica con solvencia Michael Fassbender. Aquí hay el recuerdo de un planeta masacrado, la presencia de una tripulación en busca de un nuevo hábitat, dilemas entre humanoides enfrentados y la muerte en forma de un asesino espacial con brutal instinto de supervivencia. Y aun así se añora la angustia en los pasadizos de la nave Nostromo; y en el interior de aquella oscura locura, la figura de la teniente Ripley emergiendo, en un duelo frontal a vida o muerte con tan despiadada criatura. Esa es la diferencia entre lo simplemente correcto y lo incuestionablemente mítico.