CRÍTICADECINE
Piratas y espectros
Todo lo que se quiera decir para bien o para mal cabe en esta quinta entrega de piratas bufonescos; capitanes sanguinarios y vengativos de galeones fantasma; huidas, encuentros y desencuentros en alta mar o en islas tropicales; romances juveniles de tira y afloja; maldiciones que espolean a los muertos, y mapas que casi nadie acierta a descifrar. Esta saga con alma de parque de atracciones sigue recorriendo los mares. Los personajes van y vienen, unos para quedarse, otros para despedirse, y entre bobaliconas tripulaciones, ahí está Jack Sparrow, cínico con alma de perdedor condenado a triunfar, excesivo y sobreactuado, que vuelve a ser blanco de un ser maldito del océano, el español Salazar, que odia a todos en general, y a uno es especial. Bardem, que puede presumir de haber trabajado con los hermanos Coen, de haber sido el antagonista de James Bond, y ahora un villano de esta franquicia, no desentona en este espectáculo marino. Piratas del Caribe: La venganza de Salazar, así como sus antecesoras han eclipsado el romanticismo de las películas clásicas, de aquel Corsario Negro, del Capitán Blood, de Long John Silver. Ahora los abordajes los protagonizan muertos con ansia de desquite; lo fantástico le ha robado espacio a la aventura de piratas, corsarios y bucaneros tradicionales, amantes del ron, los doblones de a ocho, y de pasarte por la quilla. Ahora hasta Paul McCartney va de tío de Sparrow, como antes hizo Keith Richards ejerciendo de padre de un pirata que es la vergüenza de la profesión, que ya es decir. Ah, si se van antes de finalizar los créditos, se perderán el aviso a navegantes de que habrá una próxima entrega. Aún quedan vetas en este filón.