CRÍTICADECINE
Ángeles y demonios
Los años 70 revitalizaron el cine italiano y lo llevaron a un territorio arriesgado al poner patas arriba todo el sistema policial, judicial y político de aquel país. Directores como Dino Risi, Francesco Rosi o Elio Petri, por citar algunos, colocaron el dedo en la llaga y llegaron al corazón de un país corrupto.
Alguna película reciente nos recuerda algo de aquel cine y ya no solo por centrarse en los turbios manejos en cada peldaño de un enviciado poder en Italia, como es el caso de Suburra de Stefano Sollima, en la que mafia y política se dan la mano, sino que se hace extensivo a todo el territorio europeo, a las élites de los gobiernos, a sus dudosas estrategias económicas, al poder como amenaza social que desde un principio se muestra en Las confesiones, una película de Roberto Andò, que conocemos gracias a su anterior trabajo, Viva la libertad, revestida de thriller que deriva en un pulso entre política y teología, entre secretos y silencios.
Como en una novela de Agatha Christie, miembros del poderoso G8, con el presidente del FMI al frente, y tres invitados atípicos, un cantante, una escritora de literatura juvenil y un monje cartujo, se concentrarán en un lujoso hotel alemán frente al Báltico. Desde ese panorama, las desconfianzas crearán una pesada atmósfera, el sacramento de la confesión sembrará la duda, como en aquel Yo confieso hitchcockiano, y una muerte removerá intereses y decisiones.
Y en medio de todo, un monje que prefiere grabar el canto de los pájaros a las palabras necias de los hombres –gran papel como siempre para Toni Servillo–, mientras cada personaje desnuda sus miserias morales. Como en aquel tan necesario cine de los 70.