Un par de zapatos

Al margen de aquellos tiempos dorados en los que Richard Gere era –y para parte del público aún lo sigue siendo– todo un sex symbol como aquel atractivo pigmalión de Pretty Woman, el irreductible cadete de Oficial y caballero, el trompetista de Cotton Club o demostrando solidez actoral en Días del cielo a las órdenes de Terrence Malick, el actor no ha gozado de muchos trabajos donde haya podido brillar sobre la película en sí. Tener un personaje lleno de matices que en su tragicómico ir y venir deje al descubierto el muestrario de un hombre que guarda en sus actos y desórdenes de conducta toda la esencia de la historia que se cuenta, como le ha sucedido con este

Norman

. ¿Qué es Norman?, ¿quién es Norman? Tal vez un hombre ridículo, un embaucador, un mentiroso, un héroe, un infeliz, un soñador. Este ser que se mueve por un invernal Nueva York acercándose al poder con toda serie de argucias, absurdas unas, molestas otras, cargadas de posible inocencia o simplemente para sacar rédito, va de asesor en un entorno judío de rabinos, hombres de negocios y políticos. Fantasea y promete ayuda a todos cuando en realidad tal vez el que más la necesite sea él mismo. Norman puede regalar un par de zapatos carísimos a un hombre en horas bajas, que sabe que como en la noria unas veces estás abajo y otras arriba. Un hombre que se convertirá en Primer Ministro israelí, agradecido con este Norman, que despierta tanta conmiseración como rechazo, metido en una tela de araña donde la fidelidad se tutea con la traición, donde la mentira puede ser la mayor verdad y donde un hecho casi casual puede marcar el devenir de una compleja situación o, incluso, el de una vida.