CRÍTICADECINE
Humor amarillo
A los responsables de esta tercera entrega sobre un villano reciclado a héroe, una espía ansiosa de ser buena madre para las huerfanitas adoptadas por Gru, villanos descacharrantes y una numerosa prole de seres amarillos joviales y guasones amantes del desorden no les resultaría tarea fácil trenzar una historia que, tras sus dos antecesoras, no cayese en la autoparodia, en dejar caer todo el peso de la trama sobre los populares y divertidos minions y revisitar con diferentes escenarios todas y cada una de las tramas ofrecidas anteriormente. Pues bien, en Gru 3 hay tres partes en una, que se trenzan para no dar la sensación de estar mostrando tres cortometrajes y, de ese modo, llegar a un metraje de largo, y eso es prueba de agilidad artística y de saber reinventarse, incluso dejando una puerta abierta para una próxima incursión. En Gru 3 los minions van por libre, quieren seguir siendo gamberros, incluso patibularios presos que tienen acongojada a toda la fauna carcelaria, dejando claro que son rebeldes por naturaleza. Por otro lado, aparece un hermano rico pero con pocas luces que intentará emular las maldades de Gru o, mejor dicho, volverlo a llevar por la senda del delito. Y en tercer lugar, aparece un malo, Balthazar Pratt, cargado de rabia por haber sido un niño prodigio televisivo para acabar cayendo en el olvido. Su pinta hortera, sus bailes discotequeros y la banda sonora de los años 80 que lo acompaña lo convierten en una de las piezas clave de la película, una cinta que también tiene sus dosis de ñoñería, por suerte eclipsadas por un ritmo frenético y golpes de humor que el público infantil agradece, y los acompañantes adultos también.