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Desmadre en Camelot

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Cómo pasa el tiempo. Uno recuerda aquella película de John Boorman Excalibur de 1981, tan bella y tan triste, con tanta vocación de ser fiel a la obra de Thomas Malory La muerte de Arturo, y aquellas visiones casi oníricas de caballeros plateados cabalgando entre los árboles camino de la batalla en la niebla al compás de Carmina Burana de Carl Orff, que viendo lo que ha hecho el acelerado Guy Ritchie en Rey Arturo: La leyenda de Excalibur con la leyenda más extraordinaria de Inglaterra, no queda más que tomarse tan disparatada versión a broma, como aquel que agarra la consola y se pone un videojuego, espectacular, aparatoso, histérico. Aquí todo es un monumental derrumbe de la historia en sí, donde Arturo crece en un prostíbulo, encuentra un maestro oriental, y como por casualidad, pasa de ser un golfo ratero a sacar la famosa espada de la roca ante los ojos atónitos de David Beckam, sí, han leído bien. Hay mucha magia, un malvado que no duda en ser monstruoso, que hace pactos tenebrosos, y que con sus tiránicos actos propicia la rebelión. Guy Ritchie, que sorprendió por moderno, por sus rápidos movimientos de cámara, por una casi anárquica técnica vista en trabajos como Lock & Stock o Snatch: cerdos y diamantes, y al que no le ha ido nada mal con las entregas de Sherlock Holmes, no asombra, su vena por distorsionar esta historia, su supuesta originalidad, queda reflejada en un conglomerado de escenas que se pierden unas con otras sin apenas hilo narrativo, y el resultado es para reírse, y para eso, más vale volver a ver a aquellos sarcásticos y burlones miembros de los Monty Python en Los caballeros de la mesa cuadrada. Te lo pasas mejor y te ríes mucho más.

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