Un cuento macabro

Valdría la pena recordar a Don Siegel, un magnífico director, duro y conciso, impermeable a melosidades, seco y arisco como sus imprescindibles películas, ya sea Código del hampa o La jungla humana, Harry el sucio o El seductor. De esta última, Sofia Coppola ha hecho un remake inculcando más femineidad. Le ha dado otra interesante vuelta de tuerca al drama de un soldado de la Unión herido –un barriga azul como les llamaban los confederados– atendido y escondido en una residencia para señoritas sureñas. Esta historia escrita por Thomas Cullinan guarda entre sus pliegues un retrato descarnado sobre la condición humana, una especie de cuento macabro en el que todo se transfigura, donde una paz reinante dentro de un hermetismo victoriano en ese refugio aislado de la guerra para un puñado de mujeres, se trastoca con la llegada de un hombre que despertará atracción y sensaciones silenciadas. Todo se encierra en torno a cada personaje, una directora interpretada con una fortaleza a punto de derrumbarse por Nicole Kidman; una maestra con predisposición a amar, o la joven dispuesta desde sus instintos más íntimos, y un personaje masculino que Colin Farrell lleva de la seducción a la tragedia entre seres que maquinan para no perder el control. Preciosistas imágenes de un paisaje nebuloso, de una decadente mansión entre la estática naturaleza. Contención formal, excesiva lentitud que se apropia de cada plano y perversidad camuflada en las buenas formas, lejos de la contundencia del film firmado por Siegel e interpretado por Clint Eastwood, más salvaje, visceral, más a flor de piel, y pese a pertenecer a la misma trama, ser en esencia otra cosa bien distinta.