CRÍTICADECINE
Crímenes victorianos
Las historias con atmósfera victoriana, de barrios londinenses entre la niebla y la mugre, de carruajes y dandis que se mezclan con la fauna portuaria donde proliferan prostitutas, matones, marinos borrachos y groseros teatros de Music Hall, son caldo de cultivo de un cine que casi siempre desemboca en una ola de asesinatos a lo Jack el Destripador. En secretos y pistas como si del Cluedo se tratase y donde un inspector de una primigenia Scotland Yard con reminiscencias de Sherlock Holmes se involucra en casos que se entretejen y apuntan hacia varias direcciones. Son películas de intriga detectivesca como The Limehouse Golem, que tienen tendencia a la miscelánea. Por ejemplo, aquí se adapta la novela de Peter Ackoid Dan Leno and The Limehouse Golem (1994), ambientada en 1880, donde la leyenda judía del Golem, el mismísimo Karl Marx como uno de los sospechosos de los brutales crímenes que asolan un barrio degradado de Londres; los sucesos reales de la carretera de Ratcliff y de John Williams, destripador de un buen número de personas en 1811 y en el que se inspiró P.D James para escribir La octava víctima; la presencia de Dan Leno, actor cómico de la época; o el libro del sarcástico escritor Thomas de Quincey Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes, que en el film guarda la clave de la caligrafía del asesino, convergen en una rocambolesca crónica de sucesos donde los celos, las falsas pistas, el teatro mordaz y los continuados flash backs promueven misterios y crímenes por descifrar. En definitiva, con una ambientación notable, al final de todo The Limehouse Golem tiende a ahogarse en los remolinos que ella misma provoca.