CRÍTICADECINE
La mecánica del desorden
Ya con su primera película, Pi, fe en el caos, Darren Aronofsky mostraba una tendencia hacia la confusión, hacia un exceso que amalgamaba un depurado estilo visual junto a una historia obsesiva, entre la originalidad y la locura, para pasar posteriormente a firmar películas muy diversas, como si pretendiese con cada trabajo semejarse a un director diferente o, en su globalidad, a muchos directores juntos. Ahí están Requiém por un sueño, La fuente de la vida, Cisne negro, El luchador o la desmedida Noé. Con ¡Madre! da la sensación de un Aronofsky intentando volver al inicio, trazando un concepto de película con numerosas lecturas en las que unos verán en ella toda una filosofía de autor, otros un compendio psicológico del que hay que extraer simbologías sobre el ser humano, y tampoco han de faltar los que no entenderán nada, de los que piden a gritos un diccionario Aronofsky para ver si pillan algo. Y es que aquí todo es raro, provoca magnetismo, sí, pero se mueve entre géneros intrigantes hasta llegar al paroxismo, como la obra de un visionario fou, o la de un genio que conecta con lo alucinante y lo encierra para experimentar sensaciones. ¡Madre! nos traslada a una vivienda solitaria en el campo donde habita un matrimonio, ella anhelando ser madre y restaurando rincones y paredes extrañas, y él, un escritor en crisis que a falta de imaginar personajes los invita a casa, como esa pareja que componen Ed Harris y Michelle Pfeiffer, o alguna bárbara invasión domiciliaria. En ¡Madre!, Jennifer Lawrence está para sufrir y Javier Bardem, dando sensación de mimetizarse en aquel John Cassavetes de Rosemary’s Babe. En fin, tan interesante como demencial.