CRÍTICADECINE
Una declaración de amor
Sin duda, ¡Lumière! Comienza la aventura! es toda una declaración de amor al cine, a los orígenes, a la máquina de los sueños, a un invento que encerró ciudades antiguas, calles que han desaparecido, gentes que ya solo son fantasmas ante nuestros ojos, a una forma de vida pretérita que, por obra de magia, retorna y nos cautiva, nos seduce porque es lo más cercano a un milagro. Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes y del Instituto Lumière de Lyon, con la inestimable ayuda de Bertrand Tavernier, realizador que como Martin Scorsese están enfermos de cine y ejercen de recuperadores de la memoria cinematográfica –Las películas de mi vida, un viaje a través del cine francés o El cine italiano según Scorsese son maravillas que lo rubrican– narra y traza una magistral lección de cine a través de la recopilación de más de 100 películas restauradas de los hermanos Lumière, esas que captaban en menos de un minuto todo un mundo a finales del 1800, y nos acompaña a través del tiempo, mostrándonos instantes de la vida familiar, escenas que dieron origen a todo, como la salida de la fábrica o la llegada del tren, y nos revela entre pescadores, monumentos, paseos, cotidianeidad y representaciones ante la cámara, hallazgos técnicos en esa cámara fija que descubre a cada paso nuevas formas de filmar entre la belleza y la emoción que desprenden las imágenes. Se revindica a los Lumière, que junto con Méliès, Chomón o Griffith, dotaron de alma un arte. Y es que este documental debería verse en los centros educativos, no solo por su poderosa capacidad didáctica, sino porque como todo en la vida, para comprender dónde se va, hay que saber de dónde se viene.