CRÍTICADECINE
Jugando a ser Dios
Resulta curioso que mientras la mayoría de mortales teme un paro cardiaco, ese que te puede mandar al otro barrio en un plis plas, aquí sea la piedra angular que sirve para que un grupo de estudiantes de medicina juegue a ser Dios, queriendo notar qué se siente en esos minutos de transitoriedad hacia el más allá. Así que se van provocando por turnos la muerte para posteriormente irse resucitando y poderse contar sensaciones, miedos y percepciones sentidas en tan críticos instantes. Bajo esta premisa e instalados en una temática que pretende acercarse al terror (y no consigue), el realizador danés Neils Arden Oplev, responsable de la primera entrega de la exitosa saga Millennium de Stieg Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres, se encarga ahora de ‘revivir’ aquella Línea mortal firmada en 1990 por Joel Schumacher con Julia Roberts, Kevin Bacon, William Baldwin o Kiefer Sutherland en el reparto (este último repite como un veterano doctor que instruye a estos futuros doctores). Aspira así a aportar un aire nuevo con este remake que juega a promover un lado oscuro cuando se retorna de la muerte con una pesada carga que remueve dilemas morales y remordimientos. El resultado es mediocre, con efectos de baja intensidad, poca empatía con el espectador, ritmo en extremo calmoso y un patente aire de telefilme. Y es que desde que Mary Shelley creó un monstruo literario como Frankenstein o el moderno Prometeo, los (T)-errores de la ciencia han proliferado hasta el cansancio, aunque no es lo peor. Lo malo es no haber seguido una máxima incontestable, aquella que dice que si no puedes mejorar el producto, mejor déjalo como estaba.