CRÍTICADECINE
La vida imaginada
El realizador Manuel Martín Cuenca posee un don innato para colarse en las entretelas de los personajes que maneja, logrando que todo lo turbio parezca rutinario y viceversa. Su cine perturba, y mucho, sin apenas moverse de pequeños espacios y, sobre todo, dotando de cotidianidad a seres terroríficos, como ya pudimos ver en la excelente Caníbal y, ahora, en El autor, película en la que Javier Gutiérrez interpreta a un hombre al que la vida solo le muestra el reverso, engañado por una esposa que alcanza el éxito literario sin apenas despeinarse –al menos escribiendo– y que le ha pisado la gloria de ser un escritor de verdad, algo que el personaje ansía. Él es el autor, ese que aprende de lo mundano, que hace de las pequeñas cosas la base en la que se ha de asentar su novela y, para ello, no dudará en transfigurar su entorno, en convertirse en un chismoso de patio interior, en manipular a los que le rodean para alimentar a sus personajes, en tornarse un hombre cruel distorsionando realidades. La mecha se enciende cuando su profesor de escritura –magnífico como siempre Antonio de la Torre–, entre severo tutor y vividor descarado, lo anima a mirar las cosas desde la realidad y a escribirlas quitándole los aires de fabulador con ínfulas criticándole: ¿Pero quién se llama Callahan en Sevilla? Su tarea se convierte en obsesiva y, de este modo, se va tejiendo una tela de araña en la que cada ser anónimo, cada habitante del edificio, se convierte en el caldo de cultivo que el talento le niega. El film El autor tiene al actor Javier Gutiérrez –que en su desafecto y gélida interpretación lo borda– a su máximo valedor, y disfruta de una trama sin fisuras, sorpresiva, inteligente y con visos de maquiavélica verdad.