CRÍTICADECINE
El niño astronauta
Menos mal. Lo que podía haber sido un valle de lágrimas se transforma en un drama llevadero, aun con momentos difíciles de adaptación y aceptación de un chico con malformación facial e intervenido de cirugía plástica en más de veinte ocasiones, convirtiendo su rostro en un extraño paisaje y, ante todo, en un bicho raro. El núcleo familiar, compuesto por unos padres volcados tanto en su hijo que apenas han dejado espacio para la hija adolescente, el duro aprendizaje de lo que es la vida sin protección, esa que el muchacho fabrica ocultándose en su casco de astronauta, y la cotidianidad que va alternando alegrías y tristezas, injusticia y solidaridad hacen de Wonder una historia que no se acomoda en la conmoción, sino que sale de su núcleo pesimista para respirar buscando y encontrando más virtudes en las personas que defectos, esforzándose por hacernos mucho mejores que lo que en la realidad somos. Para equilibrar la balanza, el crío tiene un intelecto más alto que la media de la clase y eso lo hace doblemente especial. Pero hay que tener los kleenex a mano porque Stephen Chbonsky, sin llegar a taladrarnos, no evita ciertas trampas emocionales que vienen a consternar a los miembros de esta familia, que ya de por sí pelea cada día para que ese astronauta enano pueda encontrar su lugar, la normalidad que su rostro le quita. Un magnifico niño actor como Jacob Temblay provoca que el resto del reparto esté a la altura para que los afectos exploten como fuegos de artificio, para que el mensaje deje huella, para dar un golpe de ánimo. Eso no es malo. Por ello, perdonamos que, inevitablemente pero sin exceso, nos manoseen y remuevan los sentimientos.