CRÍTICADECINE
Lo real y lo soñado
Una película que transcurre como un mar en calma pero que bajo su superficie todo se remueve, se rebela, enturbia la transparencia de unas imágenes limpias, sosegadas, reflexivas, que se guardan como un secreto que inevitablemente aflora. El reputado realizador surcoreano Hong Sang-soo domina al milímetro los tiempos, se estanca imperceptiblemente y relaja las palabras, las dudas, el recuerdo, las preguntas cuyas respuestas deben venir de la propia persona que las plantea. Sobre un trabajo dividido en dos partes, hay una sinceridad palpable pero no por ello menos compleja. Interioriza un estado emocional en reposo, a la vez que en conversaciones, en tertulias entre amigos o ante el posiblemente soñado reencuentro entre aquellos que fueron amantes con sentimiento de culpa, se enciende una mecha cargada de sinceridad. Una actriz que ha detenido su carrera y se revisa a sí misma tras una relación pasea por Hamburgo junto a su amiga, y en esas charlas conocemos esa cicatriz que todavía supura, esa crónica de desamor y soledad buscada para enfrentarse a sus propios fantasmas. Después, de nuevo en su país, Corea del Sur, plantea disquisiciones espontáneas alrededor de una mesa, en una cena en la que el alcohol le otorga libertad para expresar su estado anímico, las cosas que han ido quedando por el camino, en cómo se ve con franqueza. Con un gran trabajo actoral de la actriz Kim Min-hee, que otorga una naturalidad íntegra a su personaje, se desliza una reflexiva película estructurada desde la idea de la exploración, del estudio de las huellas que deja el ir viviendo entre lo real y lo soñado, como cuando alguien camina y se aleja en una playa sin nombre.