CRÍTICADECINE
Los años difíciles
No resulta nada fácil exponer vidas dañadas a consecuencia del Holocausto si tenemos en cuenta las muchas variaciones sobre un mismo tema que el cine ha dado, incluso si se trata de una perspectiva infantil, una mirada inocente que adquiere madurez ante tanta crueldad y desolación moral. Y en esa línea siempre tengo grabada en la memoria Adiós muchachos, aquella obra maestra firmada en 1987 por Louis Malle donde, en un frío invierno de 1943 en un internado, dos jóvenes, uno de ellos judío, conocerán todas las fases de la condición humana. Basada en el libro autobiográfico de Joseph Joffo, el realizador canadiense Christian Duguay narra la odisea de dos hermanos sobreviviendo, escapando, sufriendo y soportando un itinerario por la Francia ocupada, la colaboracionista de Vichy, aquella que también intentaba borrar del mapa a los judíos. En Una bolsa de canicas hay espacio para la lección ética, para la fortaleza cuando el núcleo familiar se desmorona, para seguir vivo agudizando el ingenio, para apoyarse fraternalmente y para subsistir en una aventura que se antoja imposible. Bien ambientada y con una fotografía limpia, la película, pese a contener momentos propios de un tiempo feroz, mantiene la inocencia de sus protagonistas arrojados a una madurez prematura, la pulcritud de almas limpias, incluso joviales entre tanta desgracia. La necesidad de la familia, los encuentros y reencuentros, el apoyo paternal que se añora, la necesidad de esconder sus propias naturalezas y el miedo latente dan paso a un aprendizaje, a una lección de integridad porque la emoción es lo que mejor transmite esta película que busca mucho más lo aleccionador que lo trágico.