CRÍTICADECINE
Entre las costuras
Refinados y elegantes diseñadores. Amos del buen gusto. Artistas que ponen su firma entre los pliegues y costuras de lujosas telas, que dan delicada forma a vestidos creados como verdaderas obras de arte. El cine ya se ocupó de mitos de la alta costura reales o imaginarios, pero Paul Thomas Anderson no ofrece un retrato sin más de un genio entre tejidos y agujas, sino que trabaja sobre la enrevesada personalidad de un modisto de la mitad del siglo pasado, Reynolds Woodcock. Sobre sus fisuras emocionales, sobre sus fantasmas y sus obsesiones en una película de interiores, con una hermana con nostalgia de aquella ama de llaves de Rebeca, poderosa, canalizadora tanto de las neuras y caprichos de Woodcock como de un sustancial negocio que viste a aristócratas, reinas y millonarias, aunque alguna de ellas no merezca llevar sus creaciones. En esa vida milimetrada, cargada de manías y altibajos anímicos, entrará una joven que lo adora sin límite, pero que entre su complacencia también habrán reductos de fría y calculada estrategia amorosa para colarse en un retorcido ejercicio de desdén y afecto a partes iguales. Paul Thomas Anderson, que sabe sacar oscuras aristas de situaciones aparentemente normales para trabajarlas malévolamente, consigue equilibrar lo tormentoso con lo amatorio como si de un cuento con pequeñas dosis macabras se tratase, y pone a dos actrices magníficas en sus roles, y en un extraordinario Daniel Day-Lewis que congela la cámara con todos los detalles de una personalidad tocada por la genialidad y, a su vez, maniática y depresiva, para llegar –y lo consigue– a los reductos más inquietantes del alma humana.