CRÍTICADECINE
Humanidad del monstruo
Nunca doy consejos porque no soy ni quiero ser modelo de nada, pero me voy a permitir una licencia y esta no es otra que sugerirles que sigan siempre a Guillermo del Toro, ese Peter Pan mexicano que tiene las claves para entrar en mundos extraños nacidos en libros fantásticos, en un cine de serie B que se añora y que él continuamente homenajea. Que convierte el horror en poesía emocional y visual; que logra que los monstruos sean mucho más sensibles y románticos que los humanos sin taras, humanos que respiran una villanía extrema. Del Toro hace que los fantasmas escapen de maldiciones, que los vampiros sean afectuosos y que los dioses encadenados encuentren seres que los entiendan. La forma del agua es tan hipnóticamente maravillosa, tan insólita, tan respetuosa con las personas que se tiende a marginar que avanza como un cuento delicado con resonancias de Cocteau, cargado de positivismo dentro de lo que promete ser trágico. La protagonista, una trabajadora de la limpieza en unos laboratorios gubernamentales, es muda. Solo tiene como aliados a su fiel compañera de tareas y a un solitario dibujante publicitario en horas bajas, homosexual y de gran agudeza, seres que ponen los momentos más ocurrentes y la visión de las cosas más acertadas. En esa atmósfera rutinaria, donde los actos y los días se repiten, todo se remueve ante la aparición de un ser anfibio que despertará sentimientos y, a su vez, sustentará un odio exacerbado en un ser malvado hasta la médula. En La forma del agua afloran los mensajes, convierte la marginación en un acto de rebeldía, cala hasta los huesos de amor y nos devuelve la capacidad de imaginar una vida sin barreras.