CRÍTICADECINE
Espías sin pedigrí
Sin duda, el cine de espías se lo debe todo a los rusos, tan villanos, tan retorcidos, tan maquiavélicos ellos que, en lugar de dejar atrás la guerra fría, la revolucionan, la actualizan y la convierten en mucho más sórdida, mucho más tramposa y obscena, mientras los americanos se instalan en lo pétreo, en lo indolente, viéndolas venir. El realizador Francis Lawrence, responsable de las entregas de Los juegos del hambre con una estelar Jennifer Lawrence como heroína de aquella violenta saga con acné, ahora la eleva a una madurez de nada sofisticada espía rusa, todo erotismo y brutal en cada consecuencia. Gorrión rojo nos remite a una nueva estirpe de espías rusos, adiestrados para sonsacar toda la información necesaria utilizando el sexo como arma y la psicología como alternativa a aquellas tácticas del cine de espías de siempre, más sutil y atildado. Lawrence pasa de ser una accidentada primera bailarina del Bolshoi a chica reclutada por el Estado, y ser adiestrada con mezquina bajeza para servir a la causa en cuerpo y alma. Jennifer Lawrence cumple en su complejo rol cargado de dudas, amenazado con constancia, envuelto en una sordidez permanente y en una violencia con ribetes sádicos, teniendo como posible tabla de salvación a su émulo americano, un papel que Joel Edgerton desarrolla con total pasividad e inexpresividad. Con fugaces presencias de veteranos de lujo como Jeremy Irons y Charlotte Rampling, todo transcurre entre quiebros y requiebros en un guión impregnado de astuto entramado, en el que los malvados –en especial Matthias Schoenaerts– son los únicos que le ponen la necesaria perversidad para estar a la altura de este vengativo gorrión.