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Arquitectura del miedo

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Con un título así, uno se retrotrae al western. Pero no, esta es un película de terror o, al menos, de sustos esparcidos como cartas que reparte un tahúr, y su título completo es Winchester: la casa que construyeron los espíritus. Hace algún tiempo leía un curioso artículo sobre la Mansión Winchester, arquitectónicamente insólita, donde hay escaleras y pasillos que no conducen a ninguna parte, puertas que se abren al vacío y extrañas piezas decorativas en el inmueble concebidas por mentes extrañas.

La historia de la propietaria, Sarah Winchester, viuda del gran fabricante de armas, no desmerece a la casa, una casa maldita en reconstrucción permanente repleta de espíritus, donde se suceden innumerables actividades paranormales, convertida hoy día en una atracción turística allá en California. De casas misteriosas con lúgubres referencias el cine guarda un más que notable muestrario, desde Amityville a Hill House, pasando por el hotel Overlook hasta llegar a Rose Red o Allerdale Hall. En la lista, la victoriana mansión Winchester bien podía haber quedado en un lugar prominente por tener historial propio para congelar la sangre, pero no.

Aquí, los personajes, atormentados –que son todos– en manos de los hermanos Spierling, se convierten en piezas de manual, y no se saca partido ni tan siquiera de la gran Helen Mirren. La angustia es tan artificiosa que entra en un bucle que repite consignas ya vistas en niños afectados por maldiciones de ultratumba o en antihéroes que parecen necesitar más ayuda de la que proporcionan, resumido todo en una película que solo logra algún sobresalto sobre lo que podía ser el miedo en su estado más primario y verdadero.

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