El rey de las pequeñas cosas

De Wes Anderson se ha escrito muchísimo ya sea porque es un realizador tan personal como ingenioso o por ser un fabricante que construye cine al detalle, donde cada objeto, cada plano, cada línea narrativa desplaza al espectador a un imaginario absoluto, creando una propia marca en cada una de sus películas, convirtiéndose en uno de los cineastas con más talento del panorama cinematográfico. Uno puede ser admirador de Life Aquatic, Moonrise Kingdom o El Gran Hotel Budapest, por citar algunas de sus obras, o de todas a la vez, porque cada una de ellas es material manufacturado por Anderson. Es atrevido y singular. Con Fantástico Sr. Fox, adaptando a otro desbordante creador como Roald Dahl, miniaturizó un mundo de personajes movidos con esa paciente técnica animada que es la stop motion, y que ahora con Isla de perros vuelve a utilizar con magistral resultado, en la que hasta lo horrendo guarda una peculiar belleza. Tradición japonesa milimétricamente estudiada para contar la historia de un niño en busca de su mascota en una isla vertedero, al que acompañan un grupo de perros desheredados en una sociedad distópica. Todo tiene carácter de fábula, donde el exilio es tan injusto, la tozudez del pequeño héroe tan sólida, la construcción de dos lugares diametralmente opuestos tan visual, que la convierte en un alarde de imaginería. Porque solo Wes Anderson se parece a Wes Anderson y disfruta con ello, y nos fascina estéticamente, ya que cualquier personaje, figuras con forma humana o con aspecto canino, es un mundo en sí mismo con muchos detalles alrededor. Este hombre es algo así como el rey de las pequeñas cosas.

ISLA DE PERROS Dirección: Wes Anderson. Cine: JCA Alpicat. ★★★★☆