CRÍTICADECINE
Donde naufraga el amor
El escritor Ian McEwan posee esa brillante capacidad de hurgar en los rincones más inaccesibles del comportamiento humano, puede desmontar una historia de amor plácida y convertirla en tragedia, hacer de la riqueza, de lo hermoso, calderilla. Cada una de sus novelas es un reflejo de esa manipulación del amor, como en el libro de relatos Entre las sábanas o Primer amor, últimos ritos o como la pasión inalcanzable de Expiación. Todo en McEwan es tan afinado como desolador. Chesil Beach no traiciona el espíritu de este cirujano de almas. Trasladando esta novela al cine, firmando él mismo el guión, McEwan se apoya en el elegante trazo del realizador Dominic Cooke, más que nada para que el fondo de la historia, de naufragio emocional, no se revista únicamente de torpeza, de inexperiencia amorosa que conduce a la ruptura, de regusto amargo, sino que En la playa de Chesil también se puedan rememorar los tiempos felices, de enamoramiento, entusiasmo y ternura en dos jóvenes de distinta clase social que llenan sus espacios tan solo con la presencia del uno al lado del otro. Esa parcela del film se va integrando durante las primeras horas de la luna de miel en un hotel cerca del mar y de los guijarros de una playa británica, como todo lo que se respira en la película, enmarcada en los 60, con ese peso de una época y una sociedad que oculta sus rubores y alaba sus vetos, cargando de inmadurez y angustia a estos inexpertos recién casados. Con una Saoirse Ronan realmente extraordinaria y un notable Billy Howle transcurre esta bella pero punzante historia de amor, que salva su arrugado tramo final gracias a una incontestable buena factura.
EN LA PLAYA DE CHESIL Dirección: Dominic Cooke. Intérpretes: Saoirse Ronan, Billy Howle, Emily Watson. Cine: Screenbox Funatic.