CRÍTICADECINE
Poesía del dolor
Cine: Screenbox Funatic.
País: EEUU. 2017.
104 minutos.
Director: Chloé Zhao.
Intérpretes: Brady, Tim y Lilly Jandreau.
The Rider, cargada de una melancolía aplastante, de una belleza que conmueve, es una película que tiene piel y huesos, verdadera alma por su realismo nada disimulado, por esa desencantada vida de los perdedores de territorios polvorientos, de un estancamiento que te conduce a la nada cotidiana, a saber que uno no es nada si no puede ser lo único por lo que vive. La realizadora chino-estadounidense Chloé Zhao filma con suma delicadeza a la familia Jandreau, a ese padre que malgastó su tiempo en máquinas de juego, que no duda en vender el caballo favorito de Brady porque adolece de la magia y de la sensibilidad del hijo con esas hermosas criaturas, pero que en el fondo no sabe decir lo que quiere tanto al joven, como a la hija autista que vive en su personal mundo.
No hay nada gratuito en The Rider. Son actores no profesionales y sus sentimientos son verdaderos porque ellos no vienen a nosotros, sino que somos nosotros los que tenemos la oportunidad de acompañarlos a través de sus sentimientos, de su quebrada unidad familiar, de las secuelas que deja una herida capaz de romper todos los sueños de un hombre.
Brady, en su tragedia particular, también tiene tiempo para visitar y animar a su mejor amigo, tetrapléjico a causa de otra mala caída con un toro furioso, y en esas desgracias compartidas hay mucha verdad, mucho sentimiento, que te dice que lo que estás viendo tiene una fuerza enorme y el poder de hacernos sentir.
Lo trágico se modula con lo épico, con la vida, con el viento y el elegante galope de un caballo y su jinete unidos por un vínculo afectivo que va más allá del dolor, que emociona, que nos enternece, que nos sacude, y eso convierte a The Rider en fragmentos de dolorosa vida que, sin embargo, respiran pura poesía.