CRÍTICADECINE
Corre, cerdito corre
Rugen tras un joven desertor alemán sus perseguidores disparándole al tiempo que le van gritando “corre pequeño cerdito, corre”. Es una secuencia desesperada que inmediatamente coloca en situación. La supervivencia es la clave, y esa supervivencia, lleva esta película hacia territorios desquiciados, fuera de control cuando ese mismo soldado encuentra un uniforme de capitán con el que se disfraza iniciando un recorrido brutal en compañía de otros desertores que formarán la bárbara tropa de Herold, dejando un rastro de muerte en la retaguardia de una Alemania en vísperas de la caída de Reich. El realizador Robert Schwentke toma como referencia el caso real de Willy Paul Herold, ejecutado en 1946 con 21 años por crímenes de guerra por haber desencadenado un infierno y exterminio en un campo de prisioneros desertores como él, escenas que el film retrata con crudeza en un rabioso y realista blanco y negro, así como el pillaje y el asesinato indiscriminado por parte de ese envilecido grupo salvaje que hace de la amoralidad su seña distintiva. Esa supervivencia, esa farsa que podría caer en la comicidad, se convierte en un drama devastador, en la mutación de un ser de víctima a verdugo al que le superan los acontecimientos, y a los cuales se acomoda haciendo gala de un poder terrible dentro del caos, donde nada funciona y tan solo la crueldad más atroz tiene visos de heroicidad, de servicio a un sistema criminal. El cine ya ha dado muestras más que concisas sobre los desastres del nazismo, pero El capitán lo hace desde una visión propia, desde una aterradora memoria del saqueo en una Alemania estigmatizada, convirtiéndose en un ejercicio de memoria implacable.