SEGRE
El amor constante

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COLD WAR

Cine: Screenbox Funatic.


Dirección: Pawel Pawlikowski.

Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza.

Polonia (2018).

88 min.

★★★★★
Removerte los sentimientos, sacarte de lo más íntimo esas sensaciones emocionales que desde una profunda belleza hecha imágenes celebras haber tenido la posibilidad de haber visto, de haber admirado, y sentirte tan de carne y hueso, tan real como esos personajes que con extraordinario talento muestra Pawel Pawlikowski en Cold War, cineasta que ya deslumbró con Ida, otra película amarga y bella a partes iguales, de una armonía y una estética marcadísimas en cada plano, en cada secuencia que te dejaba absorto y desarmado anímicamente.

Ese cine honesto, emotivo, como aquel que creaban genios como Andréi Tarkovski o Krzysztof Kieslowski, es una declaración de lo importante que resulta la imagen al servicio de lo real, de los hilos de la emoción que van tensando una historia magníficamente narrada y portentosamente filmada en un blanco y negro al que sucumbes por esos contrastes tan admirables que te demuestran que estás ante una obra de arte, y eso es indudable y necesario saberlo.

El director Pawel Pawlikowski, que dedica a sus padres esta película porque fueron habitantes enamorados en un Estado totalitario que los separó y los unió en diversas ocasiones, porque sabían que no eran nada el uno sin el otro, maravilla con Cold War, una historia de amor en tiempos de una Polonia a pocos años de haber sufrido la guerra e inmersa en la dureza de un país stalinista de la década de los cincuenta, donde el entorno es hostil, las libertades coaccionadas y el futuro sin futuro. Él es un músico encargado de recoger el folklore rural y formar coros profesionales, descubrir voces maravillosas. Ella es su gran descubrimiento, la mujer de su vida salida del anonimato para pegarse a su piel y a sus pensamientos para siempre. Ambos son opuestos, él calmado, ella cargada de singular personalidad; él formado en cultura, ella espontánea y con cicatrices emocionales, pero ambos están marcados por un destino que los une y los separa constantemente, que los exilia, que los castiga, que los amolda a una incertidumbre que ni ellos mismos pueden manejar.

Esa música que te inunda de voces del Este, esas noches de París con aliento de jazz, ese amor de buhardilla, esos encuentros y desencuentros entre reproches, caricias, celos y despedidas construyen una historia triste y trágica, pero tan humana que te supera.

Es sentimiento en estado puro manejado por actores mayúsculos que bien podrían hacer suya aquella hermosa frase de Julio Cortázar: “Existe una cita, aún sin hora ni fecha, para encontrarnos, yo ahí estaré, puntual”.

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