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Las estrategias artísticas

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MI OBRA MAESTRA

Cine: Screenbox Funatic.


País: Argentina. 2018.

Director: Gastón Duprat.

Intérpretes: Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo.

Duración: 100 minutos.

Castellano.

★★★★
Uno tiende a tener cierta debilidad hacia las comedias ácidas argentinas, y esta lo es, de esas donde brilla y fluye una trama con ribetes negros, irónica, y que destila mucha mala uva hacia el negocio del arte, su mercado, su criterio y sus caprichosos giros hacia tendencias y esnobismos. Esa mirada afilada en torno a ese mundo ya se pudo observar con la ópera prima del tándem formado por Mariano Cohn y Gastón Duprat en la película El artista, una crónica sobre la suplantación, sobre la farsa en torno a las artes plásticas, estrenada hace una década y que mereció entre otros premios el que otorga la Mostra de Cinema Llatinoamericà de Lleida.

Al año siguiente, en 2009, volvieron a sorprender con El hombre de al lado, una crítica incisiva enfrentando ideas de dos personajes antagónicos ante una decisión, nimia para uno, capital para el otro, en un edificio de gran valor arquitectónico, y volvieron a ganar.

En 2016 llegó El ciudadano ilustre, o de como volver al lugar de origen para ser homenajeado no es la mejor idea, pues la condición humana en ocasiones destruye, como diría Wilde, lo que debería amar, y arrasó. Ahora, con Mi obra maestra, Duprat asume la dirección en solitario mientras que Cohn se queda en la producción, y se regresa a las claves de El artista transitando por los espacios del arte y sus desórdenes. La historia nos remite a Arturo (Guillermo Francella), un galerista conocedor de todos los trucos y todas las estrategias para vender cuadros que, sin embargo, no logra colocar una sola pintura de su amigo de siempre, Renzo Nervi, que tras gozar de cierta fama en los ochenta ha caído en el olvido gracias a su carácter avinagrado, mordiente, tan resentido, tan inadaptado a los nuevos tiempos, que cada intento en sacarlo del hoyo se convierte en un nuevo desastre.

Estando así las cosas, y con un personaje de por medio con alma de hippy, como dirían los argentinos bastante pelotudo, pintor y galerista, urdirán un plan para enriquecerse poniendo el ojo en la estupidez que rodea parte del sector artístico.Mi obra maestra cruza en su argumento frases aceradas, es ingeniosa y guarda momentos de brillantez en sus dos grandes protagonistas, un Guillermo Francella que sale de la comedia y entra en el drama con facilidad –basta recordar El clan o Animal–, regresando a lo cómico con su habitual soltura, junto a Luis Brandoni, un verdadero peso pesado dentro del cine argentino, dirigidos aquí por un realizador que sabe qué palo toca para mostrar una historia de auténtica amistad camuflada de crítica mordaz.

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