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Alma de videojuego

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Existe un sabio consejo que dice: “Si no lo puedes mejorar, déjalo como está”. Al parecer, los responsables de este Robin Hood nunca lo escucharon ya que seguramente estaban planificando un desembarco a lo grande que pudiese con descaro convertirse en saga, algo que, visto lo visto, harían bien en replantearse. Cierto es que el héroe que robaba a los ricos para entregárselo a los pobres, que reunía todas las cualidades para ser idolatrado –el cine ya lo ha mostrado en todas sus vertientes y rostros en decenas de ocasiones, y alguna de ellas resultando inolvidablemente incomparable–, es siempre apetecible para atreverse a darle un giro no de valores, pero sí de estética dado que los tiempos cambian, pero el resultado de esta nueva revisión tiene alma de precuela, ya que aborda la historia desde que Robin de Locksley es un jovencito de noble cuna enviado a las cruzadas y desahuciado por el villano sheriff de Nottingham. Lo que sigue es adiestramiento por parte de un musulmán revanchista; la continuación de un romance adolescente con Marian; y la perenne lucha de clases contra el resabiado poder y la perversa iglesia. Cargada de anacronismos, donde desde el vestuario al armamento pasando por la puesta en escena es de PlayStation, y con momentos que parecen salidos de una carga policial actual más que de una rebelión del siglo XIV, trascurre una película que pretende ser innovadora cayendo en el simple divertimento, sin hablar de un guion escrito en una servilleta de papel. Lo más agradecido aquí son los malos porque los héroes aburren, y el que quiera ver el bosque de Sherwood que se compre una postal. Eso sí, si no te la tomas en serio hasta te puede entretener.

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