CRÍTICADECINE
En un país desolado
En un país desolado, deshecho por una guerra bárbara como la de Irak, donde como en todas las guerras pagan tantos inocentes que convierten la memoria y el tiempo en odio y tristeza, queda ese estado de desesperación estática que ya apenas hace ruido más allá de sus fronteras. A ese país demolido, hay que sumar la venganza terrorista, que en muchos casos arrastra a la muerte a supervivientes del horror. Mohamed Al Daradji nos coloca en el epicentro de la tragedia a través de un personaje femenino (impresionante la pétrea expresividad de Zahraa Ghandour) decidido a inmolarse en una estación de tren en el Bagdad de 2006, aprovechando su reapertura y coincidiendo con una gran fiesta musulmana. Es ese espacio restringido, entre soldados americanos con pocas luces, músicos apesadumbrados sin lugar en el mundo, una novia que se resiste a casarse por ley, dos hermanos huérfanos, una vendedora de flores espabilada por la necesidad, el otro limpiabotas pesaroso por haber sido testigo de la maldad del hombre, una madre amenazada que intenta salvar a su bebé y un estafador de poca monta formarán el núcleo de esta historia con carácter humanista que, sin embargo, ejerce una enorme tensión haciendo partícipe al espectador de una amenaza latente. La decisión abre un profundo dilema en la protagonista, así como un vínculo sincero entre ella y el timador, enfrentando a ambos en diálogos, preguntas y disquisiciones, en juicios morales y cuestiones humanas entre la incertidumbre, todo ello para mostrar un mosaico costumbrista en ruinas, una búsqueda de segundas oportunidades, una razón veraz para seguir, para resistir entre tanta aflicción.