SEGRE
A corazón abierto

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Una frase aparece como una declaración sobre lo que circula por el interior de una de las mentes más sombrías del poder político americano de los últimos tiempos, quien llegó a ser vicepresidente de EEUU, Dick Cheney: “Cuídense del hombre callado. Porque mientras otros hablan, él escucha. Y mientras que otros actúan, él planea. Y cuando ellos finalmente descansan..., él ataca”. El vicio del poder no es un biopic al uso ni agradecido sobre un hombre que, de la nada, bien arropado por la ambición de su esposa, llegó a ocupar un lugar preponderante dentro de un país que se erige como la gran potencia mundial. Adam McKay muestra sin máscaras a personajes que saben transitar por las complejas y perversas redes políticas, que cambian leyes y se alían con el diablo a cambio de alcanzar sus metas, de seres con doble moral, como Cheney, cercano y comprensivo con la familia, al tiempo que deja heridas morales sin apenas hacer una mueca –soberbia la interpretación de un gran camaleón como es Christian Bale–. La película se centra en buena parte en el mandato de Bush, en las decisiones tras el 11-S, en la mentira, la farsa, la astucia de un ser con el corazón roto pero tan hábil como sus colegas más cercanos, formando un nido de ratas con alma estadista. Hay aquí una alteración importante y sugestiva sobre el hecho de contar una vida. McKay ofrece parcelas que le permite la ficción a la vez que utiliza material para crear un puzzle donde se van encajando las naturalezas del poder, las aspiraciones de un hombre y de un país peligroso en manos de muchos de sus estadistas –ahora es Trump quien maneja las riendas–. Con eso, creo que está todo dicho.

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