El que tuvo, retuvo

Existe una frase tan antigua como coloquial que a Robert Redford le va perfecta, y no es otra que la dice eso de “el que tuvo, retuvo” porque a este hombre los años le han hecho surcos en la cara pero aún guarda una mirada limpia, brillante y esa sonrisa de chico bueno que el tiempo no ha logrado borrar. Ahora, octogenario, protagoniza este Old Man and the Gun, y lo hace con gracia, con estilo, con esa templanza que solo tienen las estrellas de verdad. Se mete en la piel de un atracador viejo que, guardando siempre las formas, robaba bancos con pasmosa tranquilidad, sin violencia, como el que no quiere la cosa, y que llegó a ser casi un amigo entre aquellos que lo persiguieron y encerraron una y otra vez. La película firmada por David Lowery (A Ghost Story) se basa en un caso real extraído de un artículo publicado en su día por The New Yorker, y Redford quedó bastante ilusionado con la idea de poder protagonizar esta historia sin tener que disimular años, en otras palabras, ser digno y consecuente.

La idea de robar sucursales bancarias al parecer era la vitamina que necesitaba el personaje de Forrest Tucker, planificando con experiencia sus atracos, en ocasiones en solitario y otras con su banda, también dignos de estar en un geriátrico, compuesta por Danny Glover y Tom Waits que, de este modo, actúan como colegas formando parte de una especie de tributo a toda una leyenda. En la historia, paralelamente existe uno de esos extraños vínculos de admiración entre Forrest y un agente de policía, papel a cargo de Casey Affleck, que hace gala del temple y el sosiego que el actor siempre imprime a sus trabajos, incluso cercano al fastidio personal. Y una historia amorosa cargada de afecto y ternura de Redford con Sissy Spacek, una actriz con unas tablas y magnetismo que enriquecen esta película. Hay rastro de aquel Redford de Dos hombres y un destino, de El hombre que susurraba a los caballos, de La jauría humana, a la que Lowery homenajea en un recorrido final de fugas que han durado toda una vida en un hombre como ese bandido con modales de la década de los 80, observador, calmado, afectuoso.

Robert Redford, que ha aportado a través de Sundance, una fuente inagotable de cineastas independientes, según parece se despide de la interpretación con esta entrañable película, sin ruido, sin grandes titulares, con la franqueza del que ha hecho muy bien su trabajo. Él nunca se desvinculará del arte cinematográfico, y nosotros tampoco a través de sus películas, porque Redford es simple y llanamente cine con mayúsculas.