CRÍTICADECINE
La música del azar
Cine: Screenbox Funatic.
País: Francia, 2018.
Director: Ludovic Bernard.
Intérpretes: Jules Benchetrit, Lambert Wilson.
La trama es otra cosa, esas ramas que confluyen para alcanzar un buscado trazo feliz dentro de una historia que entremezcla y hace maridaje de clases divergentes, que promueve el amor tanto por la música como del chispazo juvenil, alternando el drama personal con las claves del éxito. Esa combinación hace de La clase de música un producto básicamente de superación personal, de obstinación y logro a pesar de uno mismo, y ahí es donde radica ese mensaje optimista dirigido a esa otra mitad, a los que por mucho que pregone la clase dirigente que forman parte de la columna vertebral del país, no se la encuentran.
La historia nos remite a un joven marginal, con amigos marginales y comenzando una carrera de robos que anuncian un negro porvenir. Una casualidad, un piano público en una estación de metro que Mathieu toca regularmente, y un alto cargo del conservatorio que pasaba por allí quedando fascinado de la destreza del joven, harán el resto.
Nos saltamos los detalles, y encontramos al personaje ensayando con una rígida profesora, practicando a fondo para participar en un concurso internacional. De por medio, el romance con una violonchelista de clase alta, su mentor obstinado contra marea en que se logre el objetivo marcado mientras vive un drama familiar que lleva con resignación, y también, las salidas de tono de Mathieu, que guarda distancias, se muestra díscolo y saca su origen de suburbio con frecuencia.
En algunos momentos, La clase de piano es una película hermosa, extrae esas facultades escondidas y promueve buenos sentimientos. Todo ello, a pesar de ser en exceso lineal en sus objetivos y, por qué no decirlo, predecible en cada paso que da. Porque al fin y al cabo, ahí está el mensaje, un mensaje diáfano que nos manifiesta que cualquier noche puede salir el sol.