CAFARNAÚMCine: Screenbox Funatic
País: Líbano. 2018.
Director: Nadine Labaki.
Intérpretes: Zain Al Rafeea, Yordanos Shiferaw.
★★★★
Se han abierto dos frentes bien diferenciados entre la crítica ante esta desgarradora película. Por un lado, los que acusan a la realizadora libanesa Nadine Labaki de manipuladora de sentimientos, alguien que hace chantaje emocional con las miserias humanas, tal vez porque prefieren la amabilidad de
Caramel, la película que le dio internacionalidad. Por el otro –como el que firma estas líneas–, los que nos hemos quedado totalmente desarmados ante una historia terrible, dolorosa, que hiere desde la raíz sin apenas dejar un resquicio para mirar fuera de tanta miseria, de tanto sufrimiento, de tanta penuria y desventura.
Cafarnaúm golpea en lo más profundo de nuestra conciencia y resistencia anímica, pues duele cada imagen, cada momento en que la ferocidad de la vida muerde a las personas más indefensas, y eso no se puede obviar, no se puede colocar un discurso sobre si hay falsedad cinematográfica cuando se abre ante tus ojos un espectáculo tan denigrante, tan terrible, tan cruel, tan veraz sobre la realidad en los lugares más deprimidos y desesperados de un mundo que les ha dado desde hace tiempo la espalda.
Cafarnaúm es doblemente lacerante y desgarradora por tener a un niño como epicentro de tan mala vida, un niño de 12 años que magnetiza al espectador, que expresa con esa mirada profunda todos sus padecimientos. Ese actor menudo de nombre Zain, como su personaje, llega a un juicio denunciando a sus padres por una razón que encoge el alma, “por haberle dado la vida”. Y ese hecho, nos lleva al recorrido por un infierno en la tierra, a un matrimonio cargado de hijos que vive en total indigencia, que en la desesperanza de vivir como ratas han abandonado los sentimientos, y que son capaces de vender a una hija, una niña por unas gallinas, de tener vástagos en la cárcel, de vivir de prestado en un lugar atroz.
Zain saldrá de ese entorno podrido para iniciar un itinerario penoso como inmerecida lección de vida, donde se hará cargo de un bebé hijo de una etíope sin papeles que junto con él te emocionan. Por las calles se cruzará con todo lo insano de una ciudad ruinosa, con personajes malvados y deshumanizados, pero también con otros como la joven etíope que, en su desventura, tiene más bondad que nadie. Labaki sin embargo no lastra el fin hacia un drama mayúsculo sin remedio, dejando un hilo de esperanza abierto, porque en ese retrato atroz de vidas castigadas también inserta emoción, ternura y humanidad. Algo que se nos hace ya tan necesario como el respirar.