La raíz de la tragedia

Hay en el cine colombiano un poso de violencia reconocible, una mirada directa hacia sus males endémicos, a la pobreza, a las luchas intestinas de la guerrilla, a la delincuencia y sus sicarios, y cómo no, al mundo de la droga, incluso a sus héroes criminales. Uno de los directores más relevantes, de esos que no esconden nada, es Víctor Gaviria, y junto a él, otro cineasta referencial es sin duda Ciro Guerra, trabajando codo a codo con Cristina Gallego. Tras la celebrada El abrazo de la serpiente, ruedan a cuatro manos Pájaros de verano, una historia de tradición indígena turbada por el narcotráfico, que narra cómo lo que comenzó como un pequeño negocio con gringos hippies, acabó convirtiéndose en un todo, quebrando un modo de vida, el de la comunidad de los Wallús de la zona de La Guajira, con sus propias creencias, ritos e idioma.

Recorriendo desde finales de los sesenta a los ochenta, Ciro Guerra y Cristina Gallego concentran su atención en los hechos reales que llevaron a éstos a traficar con marihuana a gran escala, enriqueciéndose al tiempo que comenzaron a quebrarse lealtades y confianzas, a emprender un camino sin retorno hacia la destrucción y la muerte, a perder todo el sentido de sus vidas y a moverse entre intrigas y traiciones, entre asesinatos y venganzas sin fin.

Hay numerosos referentes sobre la temática del mundo de la droga y su mercadeo, pero lo que distingue a Pájaros de verano es su veracidad, su conocimiento del territorio que pisa, la naturaleza de ser una película colombiana que narra unos sucesos que han marcado su implacable destino, expuestos con maestría y sin adornos como seguramente así debió de haber sucedido.