La memoria del tiempo

No busquemos originalidad para definir una película de la que se ha echado mano de todos los adjetivos posibles agotándolos. Por ello, que no importe repetirlos tantas veces como haga falta porque Roma es una obra maestra absoluta, una porción generosa de gran cine, una película de esas que uno creía que ya no se podían hacer, porque para recuperar sensaciones cinematográficas, de esas que te subyugan y te cautivan, había que recurrir al archivo propio que se atesora con pasión para despertar los sentidos, porque como en la literatura o en la música –las elecciones son algo muy personal– el cine tiene la virtud de la privacidad emocional y, a su vez, te permiten abrir el diálogo con otros.

Pero, ¿qué tiene Roma que no tengan otras producciones? Pues tiene la cualidad de ser introspectiva, enmarcada en un tiempo pasado, en unos personajes lejanos, con otras voces y otros ámbitos como diría Truman Capote, y a su vez ser tan cercana, con personajes con otras caras y otras situaciones pero reconocibles en las nuestras, abierta a la memoria de cualquiera que tenga retratos afectivos de sus propios recuerdos y eso magnetiza, la hace lúcida y sentimental, emocionante e íntima, respirando veracidad en cada plano, en cada secuencia, en cada instante por el que resbala un micromundo de relaciones, de clases sociales, de penas llevadas de diferente modo porque las circunstancias y tristezas de Cleo –impagable Yalitza Aparicio–, sirvienta para todo, ángel protector de los niños de una casa de clase media alta, e indígena –mejor no utilizar la palabra “india”, tan denigrante ella–, son radicalmente diferentes a las de la señora de la casa, inmersa en una ruptura matrimonial tan humana y desoladora como mal llevada. Hay en el drama de Cleo, en su desdicha de no ser madre y en sus dudas de si lo hubiese sido, una humanidad sin límite, pues es árbol y raíz de otros niños que le deben sus propias vidas.

El director Alfonso Cuarón enmarca la historia en un barrio de México DF, y lo ensambla todo con la precisión de un artesano que le devuelve a su propio pasado, a aquellos años 70 convulsos de matanzas de manifestantes, de verdugos ignorantes de extrarradio, que lo mismo destroza una vida anímicamente como le da al gatillo de puro macho.Roma es una película vivida, evocadora, impregnada de realidad extraordinariamente contada, es la memoria del tiempo, la crítica sensata y lúcida, el sentimiento pegado a un blanco y negro rabioso, la crónica de lo afectivo hecha cine, hecha una obra de arte.