Pura nostalgia

Seguramente las últimas generaciones no recuerdan a una de las parejas cómicas más legendarias, pero lo que está claro es que han hecho reír y mucho a otras, y que forman junto con Chaplin, Keaton o Lloyd, la genialidad de una época irrepetible.

Un biopic sobre estos dos personajes bien podía caer en lo paródico y lo que es peor, en el hecho de no creerte nada, ya que tanto Laurel como Hardy tenían unos físicos muy reconocibles y gestos y gags muy definidos. Pero aquí todo respira autenticidad. Hay un trabajo soberbio de unos actores mayúsculos que se meten en la piel de dos hombres en uno de los momentos más delicados de su carrera dos décadas después de haber sido estrellas de Hollywood, y que por necesidad y porque ya no brillaban, tuvieron que hacer una gira por Inglaterra durmiendo en pensiones, actuando en teatros de tercera medio vacíos, y heridos moralmente por una amistad de toda la vida que sufrió traiciones profesionales y heridas emocionales no cicatrizadas. Pero volvieron a triunfar, a hacer reír con sus gracias de siempre, sus números clásicos y sus expresivas muecas.

Uno, Laurel, era el que pensaba, el mismo que dijo en una ocasión que si alguien lloraba en su entierro no volvería a dirigirle la palabra; el otro, el contrapunto perfecto, y de por medio, esposas –magnífica Nina Arianda– que querían lo mejor para ellos sin pensar que lo mejor era cuando estaban juntos, indivisibles, en lo bueno y en los peores momentos de tristeza, nostalgia del pasado y de la enfermedad que llega y no ríe las gracias.El gordo y el flaco es una película fuera del ritmo que hoy se impone, pero tiene bien grabado el sentimiento de un tiempo mítico.