CRÍTICADECINE
Los pasos perdidos
Dir.:Rupert Everett.
Int.:Rupert Everett, Colin Firth, Emily Watson.
Cine: Screenbox Funàtic
Esos últimos años son mostrados por Rupert Everett, que dirige y protagoniza esta película con todo el exceso y la pasión que reclama la historia, en ese mal llevado tiempo de penuria y vejación por los bulevares parisinos, por los cabarets de mala caída con olor a absenta, en ese ser de naturaleza desbordante y hedonista, sabedor de su talento en cada frase, en cada situación por grotesca que fuere.
Aquel autor que conoció la gloria, que llenó los teatros de gente que aplaudía a rabiar cada fino gesto, cada apostura, cada palabra, después le escupió en la cara cuando descendió a los infiernos, se tornó para todos en un hombre pecaminoso por su condición homosexual y aguantó cuanto pudo la ira de los ignorantes.
Everett da vida a un Wilde derrotado y nostálgico en ocasiones, desmesurado y sin posibilidad de redención otras. Muestra todos los extremos de su pasión, de su romance con el joven Alfred Douglas con tintes de tragedia, de amor fou; de su inclinación sexual llevada hasta las últimas consecuencias, entre el asco de un mundo embrutecido y el recuerdo del hombre que fue.
La relación fiel con los pocos amigos que lo mantuvieron hasta el final, en su mirada altiva envuelto en la indigencia, en su viaje a Nápoles marcado por un intento de recuperar la paz que tanto se le negó pero incapaz de sujetar sus propios instintos, que sufrió e hizo sufrir porque como él mismo escribió “cada hombre mata lo que ama. La importancia de llamarse Oscar Wilde arranca explicando uno de los cuentos más bellos que existen, El príncipe feliz y, como en la propia película, esa triste historia sobre la bondad se fragmenta junto a pasajes de su vida, al sufrimiento callado de una esposa, hacia el trayecto a una muerte prematura, la de un genio que incluso con ironía y en un estado lamentable, a poco de expirar, mantuvo su estilo intacto cuando mirando a la pared de su humilde cuarto dijo: “El empapelado de estas paredes y yo mantenemos un combate a muerte. Uno de los dos se va a tener que ir”. Enorme Oscar Wilde.